SE DEBE RESALTAR LA
IMPORTANCIA DE LA FAMILIA
DISCURSO DE SS JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE PERÚ
Queridos Hermanos en el
Episcopado:
1. Me es grato daros la
bienvenida a este encuentro con vosotros, Pastores de la Iglesia de Cristo en el
Perú, que realizáis la visita ad limina a la sede de Pedro, el Apóstol que
recibió el mandato de "confirmar en la fe a sus hermanos" (cf. Lc 22, 32) y que
en Roma culminó su testimonio de amor y fidelidad al Señor derramando su sangre
por Él.
Agradezco las amables
palabras que me ha dirigido Mons. Luis Armando Bambarén Gasteluzmendi, Obispo de
Chimbote y Presidente de la Conferencia Episcopal, en las que ha destacado los
"lazos de unidad, de amor y de paz" que os unen al Obispo de Roma (Lumen
gentium, 22), así como los principales anhelos que animan vuestra misión
apostólica en las diversas Iglesias particulares que os han sido confiadas.
Movido por la solicitud de Pastor de la Iglesia universal me siento unido a
vuestras preocupaciones y os animo a proseguir con generosidad y grandeza de
espíritu vuestra entrega, impulsando la apasionante tarea de renovación pastoral
en este comienzo del nuevo milenio.
2. Uno de los retos
cruciales de nuestro tiempo, como he señalado en la Carta Apostólica Novo
millenio ineunte, es precisamente el espíritu de comunión que ha de reinar en la
Iglesia y presidir todos los aspectos y sectores de la acción pastoral (cf. nn.
43-45). En efecto, la comunión como espiritualidad radicada en la Trinidad, como
principio educativo y actitud cristiana de la que se debe dar abierto
testimonio, además de ser una exigencia imperiosa del mensaje de Cristo (cf.
Ecclesia in America, 33), es también una respuesta "a las esperanzas profundas
del mundo" (Novo millenio ineunte, 43).
Por vuestra amplia
experiencia pastoral conocéis bien la paradoja de un momento histórico en que la
capacidad casi inconmensurable de interrelación convive con un frecuente
sentimiento de aislamiento, que causa fragmentación e incluso conflictos en
diversos ámbitos de la familia humana. Ante ello, la Iglesia ha de recordar y
revivir continuamente la incomparable experiencia de Pentecostés, cuando "todos
a una, los discípulos alababan a Dios en todas las lenguas, al reducir el
Espíritu a la unidad los pueblos distantes y ofrecer al Padre las primicias de
todas las naciones" (S. Ireneo, Adv. haer., 3,17,2). Así pues, vosotros,
Hermanos en el Episcopado, estáis llamados a ser ejemplo de comunión en el
afecto colegial, sin prejuicio de la responsabilidad que cada uno tiene en su
propia Iglesia local, en la que, a su vez, "es principio y fundamento visible de
la unidad" (Lumen gentium, 23).
3. Si la escasez de medios,
las incomprensiones, la diversidad de pareceres o de origen en vuestro pueblo u
otras dificultades aún, pueden inducir al desánimo, Jesús nos conforta siempre
al hacernos ver que "hasta los vientos y el mar le obedecen" (Mt 8, 27). Por
ello es preciso afianzarse en Él, haciendo crecer en todos los creyentes un
verdadero deseo de santidad, a la que todos estamos llamados y en la que
culminan las más profundas aspiraciones del ser humano.
El Perú, que ha sido
bendecido por Dios con numerosos frutos de santidad, tiene sobrados ejemplos que
pueden iluminar y abrir grandes perspectivas a las generaciones actuales. No se
deben olvidar figuras de la talla de Santo Toribio de Mogrovejo, Santa Rosa de
Lima, San Martín de Porres, San Francisco Solano o San Juan Macías, entre otros.
Son modelo para los Pastores, que han de identificarse con el estilo personal de
Jesucristo, hecho de sencillez, pobreza, cercanía, renuncia a ventajas
personales y confianza plena en la fuerza del Espíritu por encima de los medios
humanos (cf. Ecclesia in America, 28). Lo son también para los demás creyentes,
que en los santos tienen la prueba viviente de las maravillas de Dios en el
corazón bien dispuesto, cualquiera que sea la condición social o la situación de
vida en que acogen su gracia.
Vuestra Nación misma ha de
sentirse privilegiada por tantos frutos de santidad, pues resaltan sobremanera
la profunda raigambre cristiana de su pueblo, la cual ha contribuido
decisivamente a fraguar su propia identidad y que, lejos de ignorarse, debe ser
salvaguarda por ser un valor irrenunciable.
4. En este contexto, es de
particular importancia suscitar, especialmente entre los jóvenes, la pasión por
los grandes ideales del Evangelio, de tal manera que un creciente número de
ellos se sienta atraído a consagrar por entero su vida a proclamar y dar
testimonio de que "donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2
Co 3, 17).
De este modo, la
evangelización de las nuevas generaciones ha de ir acompañada, casi de manera
espontánea, con una pastoral vocacional, cada día más urgente, que abra nuevos
horizontes de esperanza en las Iglesias locales.
Es importante también una
esmerada atención a la formación impartida en los seminarios. Además de cultivar
la madurez humana de los candidatos para se pongan totalmente a disposición de
Dios y de la Iglesia con plena conciencia y responsabilidad, se les ha de guiar
sabiamente hacia una profunda vida espiritual que les haga idóneos para asumir
efectiva y afectivamente el futuro ministerio con todas sus exigencias. Es
preciso presentar y afrontar de manera clara y completa los requisitos de un
seguimiento incondicional a Jesús en el ministerio o en la vida consagrada, pues
quien lo ama de verdad, repetirá en su corazón ante cualquier dificultad
aquellas palabras de Pedro: "Señor, ¿donde quién vamos a ir? Sólo Tú tienes
palabras de vida eterna" (Jn 6, 68).
Vuestro País necesita
sacerdotes y evangelizadores, santos, doctos y fieles a su vocación, a lo que no
se puede renunciar por su escaso número o por otras circunstancias sociales y
culturales. Ésta es una tarea en la que el Obispo ha de mostrar una particular
cercanía de padre y maestro a sus seminaristas, contando con la incondicional y
transparente cooperación de los formadores. Se ha de subrayar también el
espíritu de colaboración entre diversas Diócesis para proporcionar mejores
medios personales y materiales a los propios candidatos al sacerdocio, que tan
buenos resultados puede dar y que manifiesta una solidaridad concreta con las
Iglesias particulares más precarias de recursos.
5. También habéis
manifestado vuestra preocupación por los problemas que afectan al matrimonio y a
la familia, bien a causa de ciertos factores culturales, bien por un determinado
ambiente a veces "militante" contra el significado genuino de tales
instituciones (cf. Novo millenio ineunte, 47). En este sentido, es importante
que el proyecto cristiano de santidad impregne también el amor humano y la
convivencia familiar, pues se ha de respetar íntegramente el designio de Dios
para todo el género humano y su excelsa dignidad de ser signo del amor que une a
Cristo con su Iglesia (cf. Ef 5, 32).
La complejidad de los
aspectos implicados en este campo requiere también una acción pastoral
multidisciplinar, en la que la iniciativa catequética de los pastores se integre
con la acción educativa de otros fieles laicos, la ayuda mutua entre las mismas
familias y la promoción de aquellas condiciones que favorecen el crecimiento del
amor de los esposos y la estabilidad familiar. En efecto, es imprescindible que
los jóvenes conozcan la verdadera belleza del amor, "ya que el amor es de Dios"
(1 Jn 4, 7), que maduren en él en actitud de entrega y no de egoísmo, que se
inicien en la convivencia con espíritu limpio y puro, incluyendo en ella también
la riqueza de la experiencia de fe compartida, y que afronten su futuro como una
verdadera vocación a la que Dios les llama para colaborar en la inefable tarea
de ser dador de vida.
La pastoral familiar ha de
contemplar también aquellos aspectos que pueden condicionar el digno desarrollo
de los deberes propios de esta institución fundamental, promoviendo un mejor
sustento económico a los nuevos hogares que se van formando, mayores
posibilidades de obtener viviendas decorosas que eviten el deterioro familiar y
facilidad efectiva de ejercer el derecho de educar a los hijos según la propia
fe y sentido ético de la vida. Por eso, los Pastores han de hacer oír su voz
para resaltar la importancia de la familia como célula primigenia y fundamental
de la sociedad, y su insustituible contribución al bien común de todos los
ciudadanos. Esto es particularmente urgente cuando, por razones más o menos
oportunistas, se plantean proyectos políticos antinatalistas, se sofocan los
deseos de fidelidad matrimonial o se dificulta de otros modos el normal
desarrollo de la vida familiar.
6. Compruebo con
satisfacción el vigor y la creatividad de la acción que la Iglesia en el Perú
desarrolla en favor de los más desfavorecidos, más necesaria aún en unos
momentos en que la difícil situación económica en la región hace emerger con
mayor virulencia las múltiples formas, antiguas y nuevas, de pobreza. Cuando son
tantos los hijos de Dios que viven en condiciones infrahumanas, hay que impulsar
una pastoral social concreta, tangible y organizada, que socorra con prontitud
las necesidades más perentorias y ponga los fundamentos de un desarrollo
armónico y duradero basado en el espíritu de solidaridad fraterna.
En este sentido, expreso mi
más sincero agradecimiento a las numerosas instituciones eclesiales que, con
gran dinamismo y entrega, hacen llegar la luz del Evangelio y la ayuda fraterna
a los lugares más recónditos de las tierras peruanas, tanto de la selva
amazónica, de las alturas andinas o de los llanos de la costa. Es hermoso
contemplar cómo en este campo se aúnan los esfuerzos, se disipan las diferencias
y se traspasan las fronteras. En ello se distinguen los Institutos de vida
consagrada, que pueden ser considerados "como una exégesis viviente de la
palabra de Jesús: ‘Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a
mí me lo hicisteis’ (Mt 25, 40)" (Vita consecrata, 82). Corresponde a los
Pastores hacer de tantas iniciativas un signo claro de la solicitud de la
Iglesia, pues ninguno de sus miembros, Pastores o fieles, ha de permanecer
indiferente ante la necesidad espiritual y material, sea ésta el sustento
cotidiano, la dignidad personal o la oportunidad efectiva de participar en el
bien común de su pueblo.
7. Al término de este
encuentro fraterno, os reitero mi aliento a proseguir la labor de dirigir e
iluminar la vida de vuestras Iglesias particulares, encomendándola a la dulce
protección de la Santísima Virgen María, Estrella de la Nueva Evangelización. Os
ruego que llevéis el saludo y el afecto del Papa a vuestros sacerdotes y
seminaristas, a los misioneros, comunidades religiosas, catequistas, educadores
y laicos comprometidos, así como a los ancianos y enfermos, que os acompañan y
ayudan en la apasionante tarea de sembrar el Evangelio en el corazón de los
peruanos, que es fuente de esperanza y de paz.
Mientras os acompaño siempre
con mis plegarias y afecto, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.
Roma, 2 de julio de 20022002